El día 25 de este mes se celebrará, como todos los años, el Día Internacional de Leer a Tolkien , en el que aficionados de todo el mundo al creador de la Tierra Media nos reuniremos para celebrar su obra, leyendo fragmentos de la misma. Y a buen seguro que en más de una ocasión tendrá lugar ese momento, en el que la persona que está leyendo hace una pequeña pausa y toma aire, para poner su mejor voz a alguna de esas frases memorables: «No conozco ni a la mitad de ustedes…», o «¡Yo soy Gandalf, y Gandalf soy yo!», «Ha llegado la hora. Que escoja», «No te apresures a dispensar la muerte…», y tantas otras más. Porque J. R. R. Tolkien es uno de esos autores que han producido numerosas frases célebres, o que al menos a sus lectores nos gusta celebrar. Claro que eso también lo hace un blanco fácil de «falsas citas» : frases con algunas modificaciones respecto a la orginal (accidentales o no) que tergiversan su sentido esencial, o que en realidad son de otros autores, cuando
Es curioso que uno de mis libros favoritos de C. S. Lewis sea también uno de los más vilipendiados por J. R. R. Tolkien. Lo peculiar no es que Tolkien arremetiese contra la obra de su amigo (es conocida su agria reacción a El león, la bruja y el armario ), ni que me guste un libro criticado desfavorablemente por Tolkien (de no ser así mi catálogo de lecturas placenteras sería muy magro), sino que —habida cuenta de mi admiración hacia Tolkien como filólogo— esto ocurra con un libro que criticó especialmente por su tratamiento de los detalles lingüísticos. Y aun así, considero que este es el libro más filológico de Lewis, incluso en el sentido literal de la palabra.