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Mitos lingüísticos

Aunque faltan unos meses para que termine el año, puedo asegurar ya que una de mis lecturas favoritas de 2024 es A History of Modern Linguistics . En este pequeño libro James McElvenny cuenta de forma concisa y amena la historia de la ciencia lingüística desde que empezó a conformarse como la ciencia moderna que es —a mediados del siglo XVIII— hasta los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Se trata en gran parte del mismo periodo del que hablo en el segundo capítulo de Palabras con sentido , y conocía el magnífico trabajo de McElvenny en este terreno a través de su podcast (muy recomendable) History and Philosophy of the Language Sciences , así que nada más supe de la publicación de este libro, a comienzos de este año, rápidamente me hice con él. Con él he vuelto a recorrer en ese periodo dorado de la filología y la lingüística que fue el fascinante siglo XIX, visitando algunos personajes y acontecimientos desde otros puntos de vista, aprendiendo cosas nu
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Publicación de «Tolkien: un clásico de nuestros días»

A finales de este mes saldrá a la venta Tolkien: un clásico de nuestros días . Este es un nuevo libro de Legendaria Ediciones (el mismo editor de Palabras con sentido , del que surge esta web), derivado del curso de verano que organizó el Dr. José María Miranda Boto en la Universidad de Santiago el año pasado, bajo el mismo título. En uno de los capítulos del libro se encuentra el texto en el que basé mi charla de «Tolkien, filólogo» —sobre el tipo de asuntos de los que también suelo escribir aquí, así que si estás leyendo esto porque te interesa el tema, ahí encontrarás más material—. Pero cualquiera que quiera profundizar en otros aspectos sobre Tolkien, su vida y su obra disfrutará aun más las magníficas contribuciones del resto de participantes, a saber: «La conexión española de J. R. R. Tolkien: Francis Morgan, un “segundo padre”», de José Manuel Ferrández Bru . «¿Subcrear mundos secundarios? Traducir el mundo ficciona

Ciencia ficción, mitología y lenguaje

Se dice que la ciencia ficción es la mitología del presente , aunque en el pasado la mitología era mucho más que eso: también jugaba el papel que hoy tiene la ciencia sin más, y ha sido el objeto de algunas ciencias —la lingüística en particular—. Se podría decir, recurriendo a esa idea de la fragmentación semántica que sostenía Owen Barfield, que cuando se inventó la palabra compuesta «ciencia-ficción» (aparentemente por el escritor William Wilson en 1851 ) solo se estaban juntando los pedazos separados por el progreso intelectual, de algo que durante mucho tiempo estuvo estrechamente unido.

Tres eran tres

Dice el chascarrillo que hay tres tipos de personas: las que saben contar y las que no. Es un chiste que me gusta; muchos dirán que es malo, pero en el fondo es también una ingeniosa muestra de un aspecto muy interesante de la psicología humana —aunque dudo que la persona que se lo inventó pretendiese algo tan elevado—. Solo hay que juntar nuestra tendencia natural a comparar las cosas, a buscar diferencias y oposiciones, con el afán de clasificar todo aquello que tenemos delante, y ¡voilà! : espontáneamente surgen tricotomías por doquier. Comenzamos poniendo etiquetas binarias basadas en algún rasgo que distingue por oposición elementos de un mismo grupo: cosas grandes y pequeñas, la luz y la oscuridad… pero luego nos encontramos con cosas que no responden claramente a esas dos categorías, o sentimos la necesidad de establecer algún tipo de conexión entre los dos polos, y así concebimos las cosas medianas y la sombra que proyecta la luz. El triángulo semiótico

Citando (mal) a Tolkien

El día 25 de este mes se celebrará, como todos los años, el Día Internacional de Leer a Tolkien , en el que aficionados de todo el mundo al creador de la Tierra Media nos reuniremos para celebrar su obra, leyendo fragmentos de la misma. Y a buen seguro que en más de una ocasión tendrá lugar ese momento, en el que la persona que está leyendo hace una pequeña pausa y toma aire, para poner su mejor voz a alguna de esas frases memorables: «No conozco ni a la mitad de ustedes…», o «¡Yo soy Gandalf, y Gandalf soy yo!», «Ha llegado la hora. Que escoja», «No te apresures a dispensar la muerte…», y tantas otras más. Porque J. R. R. Tolkien es uno de esos autores que han producido numerosas frases célebres, o que al menos a sus lectores nos gusta celebrar. Claro que eso también lo hace un blanco fácil de «falsas citas» : frases con algunas modificaciones respecto a la orginal (accidentales o no) que tergiversan su sentido esencial, o que en realidad son de otros autores, cuando

La cansina tontería de C. S. Lewis

Es curioso que uno de mis libros favoritos de C. S. Lewis sea también uno de los más vilipendiados por J. R. R. Tolkien. Lo peculiar no es que Tolkien arremetiese contra la obra de su amigo (es conocida su agria reacción a El león, la bruja y el armario ), ni que me guste un libro criticado desfavorablemente por Tolkien (de no ser así mi catálogo de lecturas placenteras sería muy magro), sino que —habida cuenta de mi admiración hacia Tolkien como filólogo— esto ocurra con un libro que criticó especialmente por su tratamiento de los detalles lingüísticos. Y aun así, considero que este es el libro más filológico de Lewis, incluso en el sentido literal de la palabra.

Los filólogos y los críticos

C. S. Lewis comentó una vez que su amistad con J. R. R. Tolkien le ayudó a desembarazarse de dos viejos prejucios. Lo dijo así en un conocido pasaje de sus memorias: Al entrar por primera vez en el mundo me habían advertido (implícitamente) que no confiase nunca en un papista, y al entrar por primera vez en la Facultad (explícitamente) que no confiara nunca en un filólogo. Tolkien era ambas cosas. En el libro en el que contaba esto, Cautivado por la alegría , Lewis relataba su vida centrándose en su periplo espiritual, así que es normal que cuando se cita ese pasaje, se suelan cargar las tintas sobre cómo abandonó aquel primer prejuicio contra los católicos. Pero como ya he comentado en el post anterior a este , personalmente encuentro más fascinantes las afinidades y rencillas entre Tolkien y Lewis en materia lingüística. Y a este respecto, su cambio de perspectiva respecto a la filología tiene más sustancia de lo que parece. Porque aunque si