Dice el chascarrillo que hay tres tipos de personas: las que saben contar y las que no. Es un chiste que me gusta; muchos dirán que es malo, pero en el fondo es también una ingeniosa muestra de un aspecto muy interesante de la psicología humana —aunque dudo que la persona que se lo inventó pretendiese algo tan elevado—.
Solo hay que juntar nuestra tendencia natural a comparar las cosas, a buscar diferencias y oposiciones, con el afán de clasificar todo aquello que tenemos delante, y ¡voilà!: espontáneamente surgen tricotomías por doquier. Comenzamos poniendo etiquetas binarias basadas en algún rasgo que distingue por oposición elementos de un mismo grupo: cosas grandes y pequeñas, la luz y la oscuridad… pero luego nos encontramos con cosas que no responden claramente a esas dos categorías, o sentimos la necesidad de establecer algún tipo de conexión entre los dos polos, y así concebimos las cosas medianas y la sombra que proyecta la luz.
El triángulo semiótico de Ogden y Richards
En el estudio de los significados del lenguaje, o de los símbolos en general, nos pasa lo mismo. La noción de signo que aprendí cuando estudiaba lengua en la escuela procede del modelo estructuralista de Ferdinand de Saussure, plasmado en su famoso Curso de lingüística general. La palabra «árbol» se nos muestra como una «entidad psíquica con dos caras». Una es el significante, que es la materialización física de la palabra: la secuencia de fonemas /a‑r‑b‑o‑l/ o su representación gráfica en forma de letras; la otra es el significado, que es el concepto del árbol en sí. Pero a poco que se estire de ella, pronto esta visión dualística se queda corta.
C. S. Lewis hizo notar esa limitación en su libro Studies in Words, en el que distinguía entre los «significados de la palabra» (que se corresponderían con el concepto que defenía de Saussure) y los «significados del hablante», es decir lo que los hablantes quieren decir. En el prólogo inconcluso de Language and Human Nature, el libro sobre el lenguaje que planeó escribir junto a J. R. R. Tolkien, Lewis condensó ese contraste en su original definición del lenguaje como un «sistema de sonidos con significados intencionados», (vocal noises meant o mean), haciendo uso de la polisemia del verbo mean en inglés, que me gusta transferir a nuestro idioma con la expresión de «palabras con sentido».
Su rival de Cambridge, I. A. Richards, también observó la necesidad de añadir la intención de los hablantes en la definición de lo que son los signos, y en el libro The Meaning of Meaning amplió el esquema dual definido por de Saussure a un «tríangulo semiótico» que incorpora la imagen mental del signo en su vértice superior.
Los tres tipos de signos de Peirce
La idea subyacente en ese famoso triángulo, sin embargo, no era algo nuevo. Charles Sanders Peirce, considerado como «padre de la semiótica», ya había propuesto un modelo de relaciones lógicas que definen lo que es un signo, que se podía representar como un triángulo casi idéntico al anterior, con poco más que cambiar los nombres.
De hecho Peirce tenía una especial afición por los modelos triádicos, y entre ellos destaca una famosa clasificación de los signos en tres niveles de abstracción. Cada uno de esos niveles se caracteriza por la naturaleza de las relaciones que se dan entre esos tres vértices del triángulo, y en orden de menor a mayor abstracción son:
- Iconos: signos en los que el elemento que se emplea para representar algo (Peirce lo llamaba representamen, y en otros contextos se le llama representante, etc.) trata de imitar o sustituir al objeto representado en su medio, copiando sus características. La propia palabra icono hace obvio de qué se trata cuando el signo es gráfico; pero también pueden ser onomatopeyas en el lenguaje hablado, pantomimas en el gestual, etc. En el ejemplo de arriba, se muestra el dibujo obvio de un ojo para representar ese órgano.
- Índices: signos que no comparten ninguna característica con el objeto representado, pero permiten hacer una asociación indirecta porque existe algún tipo de vínculo: una relación causa-efecto, simultaneidad, etc. Los índices facilitan la representación de objetos en un medio donde no se puede establecer una relación icónica: en el lenguaje oral un grito puede representar una emoción o sentimiento dado, el frío se puede representar con gestos, y el mismo ojo de antes puede utilizarse para representar la acción de mirar, como de hecho ocurre en los jeroglíficos egipcios.
- Símbolos: signos en los que no hay ninguna relación directa con el significado, solo una arbitraria y convencional. Es el caso de la mayoría de signos que se usan en el lenguaje oral, y también en el escrito cuando este representa el sonido. El jeroglífico egipcio del ojo, por ejemplo, se usaba para representar el sonido [jr] (pronunciado como ir). Esa asociación simbólica entre el dibujo y el sonido se debía a que la palabra egipcia para «ojo» se pronunciaba algo así como «iret»; pero en esencia era una asociación arbitraria, igual que ocurre con las letras de nuestro alfabeto.
Los tres orígenes de los signos de Condillac
La clasificación de signos de Peirce tiene algunos antecedentes, y entre ellos puede que el más relevante sea la clasificación que propuso el filósofo Étienne de Condillac en el siglo XVIII, en la que basó su teoría de cómo nació y evolucionó el lenguaje.
La clasificación de signos de Condillac se diferencia de la de Peirce en que, en lugar de centrarse en cómo es la relación entre la representación del signo, el objeto que representa y la imagen mental, describe de dónde viene esa relación. Además, aunque podría aplicarse a signos producidos en cualquier medio, el interés primario de Condillac estaba en los signos del lenguaje hablado. La tríada de signos propuestos por Condillac incluía, en definitiva:
- En primer lugar los signos naturales, como los gritos inarticulados, gruñidos, gemidos y otras manifestaciones de nuestros instintos, en los que la relación con su significado es natural e innata, sin necesidad de que medie ningún tipo de pensamiento racional.
- A continuación están los signos accidentales, que generan una asociación con su significado del mismo tipo que los naturales, aunque no exista ninguna causa natural directa, sino una que se revive por repetición o circunstancias particulares: voces, tonos, palabras o ruidos que recuerdan a experiencias intensas o muy repetidas, etc.
- Y finalmente, los signos instituidos son los únicos que guardan una relación con sus significados producida de forma voluntaria, como ejercicio de la razón y la imaginación activa de los hablantes.
La mayor parte de los signos que constituyen el lenguaje humano son los de este tercer tipo, pero en la teoría de Condillac los anteriores juegan un papel importante, ya que los consideraba predecesores de los signos instituidos. El desarrollo del lenguaje imaginado por Condillac seguía una trayectoria que comenzó por los sonidos naturales emitidos de forma instintiva y los accidentales que repetíamos en circunstancias semejantes; y solo más tarde, a través del estímulo que estos produjeron, nuestro intelecto creció para crear verdaderas palabras, los signos instituidos que conforman nuestro lenguaje actual.
Los tres simbolismos fonéticos de von Humboldt
No puedo dejar de mencionar otro trío de formas en las que el lenguaje genera significados, aunque se trate de algo a un nivel mucho más elemental y no tan aceptado: se trata del simbolismo fonético, es decir la expresión de significados a través de los sonidos o combinaciones de sonidos que contienen las palabras. Wilhelm von Humboldt, considerado uno de los primeros proponentes científicos del simbolismo fonético, propuso tres formas en las que este se puede producir:
- La onomatopeya, que es la imitación directa de los sonidos, y que encontramos a menudo en interjecciones, pero también en susantivos, verbos y adjetivos como bomba, cacarear, tartamudo, etc.
- La designación simbólica, que son sonidos que evocan sensaciones por sí mismos, o como decía von Humboldt: «una impresión en el oído similar a la del objeto en el alma». Aquí podríamos incluir el de la s u otros sonidos sibilantes que se asocian al confort y la tranquilidad en palabras como suave, sosiego, sereno, la dureza evocada por la r en roca, robusto, férreo, etc., o algunos más sutiles como el llamado «efecto bouba-kiki».
- La designación analógica, muy semejante a la anterior (y en muchos casos difícil de distinguir); la diferencia es que en este caso no se supone que el sonido produzca sensaciones por sí mismo, sino que la familiaridad con ciertas palabras en un idioma hace que sus sonidos característicos se asocien con su significado, y este se transfiera a otras palabras. Esto podría usarse como explicación en parte de que palabras como ancho, pancha y rechoncho compartan la combinación de sonidos [ntʃ] (que escribimos como nch) entre vocales abiertas, aunque provengan de palabras latinas que podrían haber derivado de otra forma, y ni siquiera se parecen en sus sonidos originales.
Hay una conexión muy clara entre las tres tricotomías de Peirce, Condillac y von Humboldt, aunque no se trata de una correspondencia uno a uno entre las categorías. Los iconos de Peirce no suelen ser signos naturales, sino más bien instituidos según la clasificación de Condillac, pues la relación imitativa que implican requieren algún tipo de búsqueda racional; por otro lado tanto los índices como los símbolos pueden tener un origen tanto accidental (establecido por una asociación fortuita, que se dé de forma sistemática y repetida en la naturaleza) como instituido (definidos por una convención social). Las onomatopeyas pueden considerarse una forma de icono, pero a pesar de su nombre las otras dos formas de simbolismo fonético se corresponden más con «índices accidentales» que con «símbolos instituidos».
Los tres significados de Lewis
Cierro este paseo por los tríos lingüísticos volviendo a la definición del lenguaje que C. S. Lewis esbozó en el prólogo de Language and Human Nature. Aunque en aquella definición se centró en los dos significados del verbo mean que más tarde daría en Studies in Words, en el mismo texto realmente presentaba tres significados de ese verbo:
- El sentido evidencial, como en la frase «that sky means rain». En español la traduciríamos como «ese cielo significa/indica lluvia», dando a entender que el estado del cielo es una evidencia (cierta o probable) de la lluvia que se avecina. Es un sentido de «significar» que establece relaciones lógicas, habituales o de causa-efecto.
- El sentido llamado por Lewis psicológico, con el que se expresa una intención, como en «I mean to go to London tomorrow». En español no utilizamos el verbo «significar» para esto; diríamos «Tengo la intención de ir a Londres mañana», aunque en otras frases sí cuadraría la perífrasis verbal «querer decir», que se usa como sinónimo de «significar».
- El sentido simbólico, como en «the sign = means that the two qualities are equal» («el signo = significa que los dos elementos son iguales»). En este caso se establece una relación parecida a la del mean evidencial, pero en la que la correspondencia entre signo y significado no es natural o inequívoca, sino que viene dada por un acuerdo arbitrario entre los hablantes.
Los dos sentidos contenidos en su definición del lenguaje como un sistema de «sonidos con significados intencionados» (noises meant to mean) eran el psicológico y el simbólico. Pero si excluyó los significados evidenciales no fue porque no los considerase parte del lenguaje, sino porque pensaba que el papel que jugaban en él era secundario. Como él mismo dijo:
Aunque el lenguaje es el sistema de sonidos orales con intención (meant en sentido psicológico) de significar (to mean en el sentido simbólico), aun así la mayor parte del lenguaje, más allá de la intención del hablante, también «significa» en el primer sentido, el evidencial. Así el tono de voz del hablante puede ser una evidencia de todo tipo de cosas que son distintas de lo que dice (en el sentido simbólico). O el mero hecho de decir una cosa puede ser un signo, una evidencia de algo distinto.
Language and Human Nature, manuscript fragment. VII, nº 27 (2010).
La tricotomía semántica de Lewis también se puede relacionar con las otras que he mencionado de los otros autores, aunque tiene un detalle que la hace distinta. Todas ellas parten de una dualidad marcada entre el elemento que acarrea un significado más obvio, natural o universal (los significados evidenciales de Lewis, los iconos de Peirce, los signos naturales de Condillac y las onomatopeyas de von Humboldt), y aquel en el que el significado es producto del raciocinio y las decisiones de los hablantes (los significados simbólicos de Lewis, los símbolos de Peirce, los signos instituidos de Condillac y las designaciones analógicas de von Humboldt). Pero la razón de ser del elemento intermedio cambia mucho en el caso de Lewis.
Tanto los índices de Peirce, como los signos accidentales de Condillac o las designaciones simbólicas de von Humboldt, son un gris entre el blanco y negro que forman los otros dos elementos contrapuestos, que intenta «rellenar un hueco» existente entre ellos. En cambio lo que Lewis llamaba el «significado psicológico» no sirve de puente entre los evidenciales y los simbólicos, sino que es de una naturaleza distinta. No se trata de un elemento meramente intermedio, sino clave: la esencia del tercer tipo de significado, y lo que distingue el lenguaje humano de cualquier otra forma de comunicación que podemos encontrar entre otros agentes naturales —y hoy podríamos añadir, también, entre los artificiales—.
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