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Ciencia ficción, mitología y lenguaje

Se dice que la ciencia ficción es la mitología del presente, aunque en el pasado la mitología era mucho más que eso: también jugaba el papel que hoy tiene la ciencia sin más, y ha sido el objeto de algunas ciencias —la lingüística en particular—. Se podría decir, recurriendo a esa idea de la fragmentación semántica que sostenía Owen Barfield, que cuando se inventó la palabra compuesta «ciencia-ficción» (aparentemente por el escritor William Wilson en 1851) solo se estaban juntando los pedazos separados por el progreso intelectual, de algo que durante mucho tiempo estuvo estrechamente unido.

La mitología como parte de la ciencia

Comenzando por lo más básico: hoy la ciencia se centra en únicamente los conocimientos verificables, coherentes con la experiencia objetiva; el éxito de los modelos científicos se basa en que las observaciones presentes no los refuten, y en que sean capaces de predecir las observaciones futuras. Pero hasta no hace tanto la ciencia comprendía todo tipo de saber que se pudiera adquirir a través del estudio; lo que se le pedía era que explicase las cosas, que les diese significado, y no era especialmente problemático recurrir a argumentos mágicos y sobrenaturales.

Por eso existía una relación tan fluida entre la obra de los filósofos de la naturaleza y la de los narradores de historias mitológicas; una relación que se mantiene en la ciencia ficción, aunque no del mismo modo. Los escritores siguen recurriendo a las teorías científicas y a las nuevas tecnologías como trasfondo, excusa o instrumento de historias imaginativas, igual que antiguos artistas, inspirados por la maravilla de los «modelos del mundo» de su época —que desde la perspectiva actual llamaríamos misticismos y supersticiones—, imaginaron y narraron esas aventuras que con el tiempo se volvieron tradición. Pero esto hoy solo ocurre en una dirección: de la ciencia a la literatura; en el otro sentido, los científicos solo se sirven de la literatura como medio de divulgación. Los antiguos mitos, por contra, podían ser la raíz de la forma de entender y dar significado al mundo. Incluso sin creer en la veracidad literal de los dramas y las peripecias que se cuentan en los relatos mitológicos, o en la existencia de sus personajes particulares (dioses, héroes, etc.), tal como se los retrata en esas historias, se creía en su capacidad de mostrar «verdades» sobre nosotros y sobre la naturaleza.

Escena de batalla Cyberpunk Futurista
Ciencia ficción vs. mitología. Imagen creada con DALL-E 3. Fuente: Easy-Peasy.AI

Es cierto, por otro lado, que algunas grandes historias de ciencia ficción actuales también alcanzan ese valor poético que se atribuye a los mitos. En menor proporción, quizás porque la mentalidad actual es menos proclive a pensar de esa manera, aunque también es fácil que se deba en gran parte al sesgo del superviviente. ¿Cuantísimos cuentos, leyendas e historias mitológicas se habrán perdido a lo largo de los siglos, dando paso solo a aquellas más memorables, las que se seguían contando generación tras generación por ser las que mas honda impresión dejaban en quienes las escuchaban?

Mitologías como objeto científico

De hecho, casi todo lo que conocemos sobre las mitologías tradicionales es literatura mitológica: las narraciones que más pronto o más tarde se han puesto por escrito. Sobre todo más tarde; a menudo cuando las creencias relacionadas con esos mitos eran ya cosa del pasado. Y en esos casos la composición de las historias cobra una nueva dimensión relacionada con las ciencias, aunque no con las ciencias naturales o las ingenieriles que suelen asociarse a la ciencia ficción, sino con las de tipo humanístico. Y es que muchas de esas narraciones se han compilado con un interés antropológico, con la intención de rescatar los cuentos y tradiciones de una cultura que estaba a punto de ser olvidada.

En el caso particular de las mitologías germánicas, además, se aprecia un interés particular por preservar el conocimiento lingüístico. En el siglo XII, cuando se considera que la Europa continental aún estaba en la Edad Media, Snorri Sturluson promovió un temprano Renacimiento de la tradición islandesa con su «Edda en prosa», gracias a la cual hoy tenemos detallados relatos sobre Odín, Thor y demás dioses del Ásgard, de Midgard —la auténtica «Tierra Media»— y tantas otras cosas de la mitología escandinava que es tan popular. Pero curiosamente, una de las principales motivaciones de Sturluson para recopilar de forma ordenada esas historias era dar explicación a los kennings, las elaboradas metáforas de la poesía nórdica antigua, cuya comprensión solo podía ser completa si se conocían ciertos mitos (por ejemplo cuando se le llama al oro «lecho de la serpiente», o al cielo «calavera de Ymir»).

Ahora bien, sin duda, quien más hizo por vincular la mitología con la ciencia lingüística es el gran Jacob Grimm. Aunque se le conoce en gran parte por ser el mayor de los Hermanos Grimm, los autores de la famosa colección de cuentos de hadas alemanes, su obra más colosal fue esencialmente filológica. Él y su hermano iniciaron el proyecto de crear el mayor diccionario de la lengua alemana (el Deutsches Wörterbuch), y también fue el autor de la monumental Deutsche Grammatik, que es mucho más que una «gramática alemana» —al menos en el sentido que se le daría hoy a ese nombre—: es un tratado histórico no solo del alemán, sino de todas las lenguas germánicas, que ha sido una obra de referencia para múltiples generaciones de filólogos.

Estatuas de Snorri Sturluson (Reykholt, Islandia) y los Hermanos Grimm (Hanau, Alemania).
Fotografías de Christian Bickel y Harald Gärtner. Fuente: Wikimedia Commons. (CC BY-SA 3.0)

Y en la línea de ese tratado sobre la historia lingüística de su pueblo, Jacob Grimm también emprendió el proyecto de escribir otro tratado sobre su mitología: la Deutsche Mythologie, que a pesar de quedar inconclusa, atrajo tal interés internacional que al poco de su muerte se tradujo al inglés como Teutonic Mythology —dando cuenta así de que su contenido iba más allá de la tradición meramente alemana—. En ese tratado mitológico, Grimm comparaba narraciones, tradiciones y demás motivos de los mitos alemanes con los de todos los demás pueblos germánicos (especialmente los nórdicos) y mucho más allá, siempre con la mirada puesta en los nombres y en las etimologías, de donde extraía muchas de las claves para relacionar y analizar personajes, lugares e historias.

Mitología ficción

Aquellas pesquisas fueron una fuente de conocimiento y una importante inspiración para muchos. Cómo no, también para J. R. R. Tolkien, que compartía con Jacob Grimm su devoción a la filología, la pasión por la mitología y los cuentos, y una vida dedicada a conectar ambas cosas. También compartieron el destino de ser especialmente recordados por su legado literario, más que por el académico, aunque en este punto hay una distancia cualitativa entre ellos: mientras los Hermanos Grimm escribieron su colección de cuentos para preservar la memoria de las tradiciones de su pueblo, Tolkien creó un legendarium propio, con una buena dosis de inspiración en esas mismas leyendas, pero surgido enteramente de su imaginación.

Por otro lado, hay una faceta de la obra literaria de Tolkien que no se aparta tanto de la de Grimm, aunque para apreciar esto hay que ir más allá de sus famosas historias de la Tierra Media. El regreso de Beorhtnoth, La leyenda de Sigurd y Gudrún, La caída de Arturo o Sellic Spell, el «cuento maravilloso» en el que podría estar basado el antiguo poema de Beowulf, son propuestas originales de Tolkien para volver a contar algunas de las historias más emblemáticas de la tradición inglesa y nórdica, rellenando huecos y arreglando costuras; un tipo de composiciones que no sería muy desatinado calificar de «mitología ficción» (aunque reconozco que, si no se le da contexto, el nombre parece redundante). Y aquí uno puede preguntarse: ¿hasta qué punto se diferencian esas ficciones mitológicas de Tolkien, de las compilaciones tradicionales de Grimm, o de la Edda de Sturluson?

Ediciones españolas de las recreaciones filológicas de Tolkien
Ediciones españolas de los libros que contienen la «mitología ficción» de Tolkien.

Una respuesta, casi tan provocadora como la propia pregunta, es que hay poco que se pueda leer de esas leyendas anterior a los textos de Sturluson y Grimm, mientras que Tolkien escribió sus versiones en una época suficientemente cercana a la nuestra como para poder comparar sus versiones con las fuentes en las que se basó. Es más, en la mayoría de los casos, los lectores de esas obras de Tolkien ya conocen de antemano los textos originales. Así, Sturluson y Grimm cuentan con el atenuante del olvido, por el que sus aportaciones creativas se asumen como un mal menor, aunque no sean menores que las invenciones de Tolkien.

No hay más que leer el prólogo de la Edda en prosa: un original pastiche de las múltiples tradiciones que conocía Sturluson: comienza con los relatos bíblicos de la creación del mundo por el Dios omnipotente, Adán y Eva, Noé y la Torre de Babel, en la que introduce a Zoroastro; y pasa entonces a hablar de Troya como cuna de «los más célebres héroes del Norte», incluyendo versiones evemerizadas de Saturno, Júpiter y Odín, entre otros personajes mitológicos del mundo clásico y el nórdico.

También es conocido cómo los Hermanos Grimm moldearon progresivamente sus cuentos guiados por la ética y la crítica de la época, así como por sus propios gustos artísticos, y los reorientaron hacia «cuentos para niños», convirtiendo a las madres malvadas en madrastras y suavizando los detalles más sexuales y macabros de las primeras ediciones, además de embellecerlos literariamente. Ni siquiera el tratado de mitología más académico de Jacob se libra de las críticas por presentar un cuerpo de leyendas exageradamente unificado, y sesgado en la línea de sus ideales románticos sobre el espíritu del pueblo germánico.

Al fin y al cabo, es inevitable que las historias se transformen cuando pasan de una generación a otra. Incluso cuando se dispone de versiones escritas de las mismas, en las que las palabras se preservan inalteradas, la mentalidad de los lectores de un tiempo las recibe de manera distinta a la de otro, y solo eso es suficiente para activar nuevas relecturas. Por eso, cuando leemos sobre los mitos y leyendas del pasado, raramente estamos frente a lo que realmente contaban nuestros ancestros, sino ante una ficción elaborada por otras personas. Pero esa ficción nos acerca a un conocimiento real, del mismo modo que a veces se recurre a la ciencia ficción para ayudar a comprender los extraños misterios del mundo, que los científicos están aún descubriendo.

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