J. R. R. Tolkien recibió un regalo muy especial por su septuagésimo cumpleaños. Charles Wrenn y Norman Davis, los profesores que le habían sucedido respectivamente en sus cátedras de Anglosajón y de Lengua y Literatura Inglesa en Oxford, se confabularon con otros colegas de la Universidad, antiguas alumnas, alumnos y amistades, y también con su editor en Allen & Unwin, con quien había cosechado sus grandes éxitos literarios. Juntos publicaron en 1962 el compendio de ensayos English and Medieval Studies, Presented to J.R.R. Tolkien on the Occasion of his Seventieth Birthday.
En ese volumen hay ensayos sobre inglés antiguo y medio, manuscritos, topónimos, mitología nórdica, y hasta arqueología e indagaciones etimológicas del inglés moderno, más un destacado poema de W. H. Auden, reconocido y fiel admirador de la narrativa de Tolkien, dedicado al autor homenajeado. Se nota el empeño y cariño que todos los involucrados pusieron para escoger las materias y la forma de tratarlas preferidas por Tolkien —siempre, eso sí, dentro del marco académico en el que se encuadra el Fetschrift; nada sobre sus aventuras literarias salvo veladas alusiones en alguno de los ensayos—.
Fuente: Tolkieniano Collection (CC BY 2.5)
Entre esos ensayos se encuentra «The Anthropological Approach», uno de los últimos textos que C. S. Lewis publicaría en vida; un ensayo que muestra una conmovedora empatía hacia su viejo amigo y compañero, del que llevaba tantos años alejado. En él Lewis desafiaba, con su característica elocuencia y contundencia, la práctica de los medievalistas que tratan de explicar los motivos de la literatura antigua relacionándolos con las creencias, ritos y costumbres del pasado. En su crítica hay claros ecos a la primera parte del famoso ensayo de Tolkien sobre «Beowulf: los monstruos y los críticos», aunque Lewis presentaba sus argumentos poniendo de ejemplo obras artúricas bajomedievales como Le Morte d’Arthur o Sir Gawain and the Green Knight, en lugar del poema anglosajón de Beowulf.
Lewis partía —de una forma también muy característica suya— confrontando los distintos sentidos que se le pueden dar al concepto de «explicar», señalando que las explicaciones de los motivos literarios que se basan en curiosidades antropológicas bien pueden —usando las acepciones del verbo para la RAE— «dar a conocer la causa o motivo de algo», pero rara vez consiguen lo que para él era más importante: «declarar o exponer cualquier materia, doctrina o texto difícil, con palabras muy claras para hacerlos más perceptibles».
El ejemplo que utilizó para desarrollar su discurso en torno al poema de Sir Gawain es largo, pero muy ilustrativo y vale la pena citarlo enteramente. En su argumento Lewis discutía la explicación que el medievalista John Speirs daba a la figura del Caballero Verde relacionándolo con el concepto del eniautos daimon: un arquetipo mítico asociado a rituales paganos de sacrificios estacionales, en los que se da muerte a un espíritu (a veces un dios o una especie de rey) que ha ido creciendo en poder y magnificencia a lo largo del año, en un ciclo sin fin. Y a este respecto contaba Lewis:
Bercilak [el Caballero Verde] es tan vívido y concreto como cualquier imagen de la literatura. Es una coincidentia oppositorum viviente; medio gigante, pero «un caballero encantador» de cabo a rabo; lleno de una energía demoníaca tal como el viejo Karamazov, pero en su propia casa tan alegre como un anfitrión navideño dickensiano; tan pronto muestra una ferocidad tan alegre que es casi simpática, como una simpatía tan escandalosa que roza lo feroz; medio niño o bufón en sus gritos, risas y saltos; pero al final juzga a Gawain con la tranquila superioridad de un ser angelical. No ha habido nada realmente parecido a él en la ficción antes ni después de él. Nadie que haya leído el poema lo olvida. Nadie que lo lea deja de creer en él.
¿Pero qué es el eniautos daimon? Es un concepto, algo construido a partir de las prácticas reales del mundo antiguo y las prácticas conjeturadas de nuestros propios antepasados. Nunca he visto un Jack in the Green. Ninguno de nosotros, como creyentes, ha participado en un ritual pagano. No podemos experimentar esas cosas desde dentro. A veces sabemos, y a veces intuimos, que se contaban ciertos mitos y se celebraban ciertos ritos. Pero no sabemos cómo se sentían. Esa religión ancestral, con su desconcertante mezcla de agricultura, tragedia, obscenidad, juerga y payasadas, se nos escapa en todo menos en sus aspectos externos.
Esperar que el eniautos daimon nos ayude a comprender a Bercilak es esperar que lo desconocido ilumine lo conocido; como si esperáramos que un hombre aprendiera más sobre el sabor de las naranjas al decirle que es como el sabor de otra fruta que nunca ha comido.
El proceso contrario es el único racional. Dime que la fruta desconocida es como una naranja, y algo habré aprendido. No aprendo nada sobre las cualidades de Bercilak si me dicen que proviene del daimon; pero quizá pueda aprender algo sobre el daimon. Quizá esta figura ruidosa e irresistible haya preservado para mí precisamente aquello que la antropología nunca podrá penetrar; quizá me haya dado un conocimiento por familiaridad (connaître) donde la antropología, en el mejor de los casos, podría darme mero conocimiento sobre la cosa (savoir).
Uno diría que el consejo que daba Lewis no es solo bueno para leer obras medievales, sino también las modernas; y que es particularmente apropiado para acercarse a la obra del autor al que estaba dedicando su ensayo.
A Tolkien se le considera un autor «universal», y ahora ya un clásico, porque ha conseguido conectar con gente de todo tipo a lo largo de varias generaciones de lectores. También por esto se le ha abanderado desde todo tipo de cuarteles: desde hippies y anarquistas hasta fascistas; desde movimientos neopaganos hasta el Opus Dei. Es innecesario decir que muchas de las «explicaciones» que se dan de la obra de Tolkien desde esas posturas, sobre todo las más extremas, se logran solo a costa de retorcer lo que Tolkien escribió. Pero no voy a entrar, al menos por ahora, a profundizar en la discusión sobre las lecturas correctas e incorrectas de una obra y los límites de la «libre aplicabilidad» del lector. Respecto a esto me conformo con volver a citar a C. S. Lewis en otro de sus ensayos de crítica literaria:
El significado de un libro es el conjunto o sistema de emociones, reflexiones y actitudes producidas por su lectura. Pero por supuesto este producto es distinto para cada lector. El «significado» idealmente falso o equivocado sería el producto en la mente del lector más estúpido, insensible y prejuicioso tras una sola lectura descuidada. El «significado» idealmente verdadero o correcto sería el compartido (en cierta medida) por el mayor número de los mejores lectores tras lecturas repetidas y cuidadosas a lo largo de varias generaciones en distintos periodos y con distintas nacionalidades, estados de ánimo y salud, grados de vigilancia, preocupaciones privadas, humor y demás, neutralizándose entre ellas cuando —esto es una excepción importante— una no enriquece a la otra.
«On Criticism», en On stories, and other essays on literature.
Volviendo al ensayo dedicado a Tolkien, en él Lewis mencionó algunos «conocimientos y simpatias» que pueden servir de ayuda para leer con mayor sensibilidad y atención, y conectar mejor con lo que el autor quiere transmitir: «A menudo la historia es ese tipo de ayuda. También la erudición. También lo es la experiencia; ceteris paribus leemos poesía de amor y religiosa mucho más perspicazmente si hemos tenido alguna experiencia de amor y de la religión.» Lo maravilloso de la literatura, por otro lado, es que abre nuevas puertas para llegar a los mismos sitios a través de la imaginación.
Una experiencia que marcó profundamente la vida de Tolkien fue su participación en la Primera Guerra Mundial, y está más que aceptado que en El Señor de los Anillos hay muchos reflejos de esa experiencia. Afortunadamente podemos emocionarnos con las vivencias de los personajes del relato sin la «ayuda» de haber pasado por algo tan terrible. Más bien al revés, esas emociones vividas a través de la literatura son una forma de entender mejor lo que ningún libro de historia, con todos sus hechos y detalles, podría transmitir.
Y qué decir de la religión, tema controvertido donde los haya. Controvertido y complejo cuando se habla de la obra de Tolkien. El propio autor reconoció —en una famosa carta al reverendo Robert Murray en 1953— haber ido cobrando poco a poco conciencia de lo «fundamentalmente religiosa y católica» que era su obra, aunque no era algo intencionado por su parte. Por otro lado no hay «nada que se parezca a la religión» y todo elemento religioso queda «absorbido en la historia el simbolismo», tal como afirmaba Tolkien inmediatamente después en la misma carta. Si juntamos esto con la universalidad antes comentada de la obra de Tolkien, nos queda una parte muy grande de sus lectores para quienes esos fundamentos católicos resultan tan ajenos como el eniautos daimon de la historia de Sir Gawain. Pero eso no impide entender y hasta conectar con los valores espirituales más profundos de su obra, igual que Lewis se deleitaba con el carácter y los contrastes del Caballero Verde aunque no sintiera nada por los rituales paganos que pudiera tener de trasfondo.
Igual que tampoco hay que ser medievalista ni haber estudiado la teoría del coraje nórdico para entender las motivaciones y acciones del Rey Théoden o su contraste con las de Denethor. Ni es necesario conocer que para Tolkien su esposa Edith siempre fue «su Lúthien» para entender la historia de amor de la hija de Thingol con Beren. Pero tras haber leído la balada de Beren y Lúthien y emocionarnos con su épico romance, uno no puede evitar conmoverse al contemplar la lápida de esa pareja enterrada hace ya más de medio siglo en el cementerio de Wolwercote en Oxford.
Fuente: Flickr (CC-BY-NC-ND 2.0).

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