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Feliz cumpleaños, Noam Chomsky

Hoy Noam Chomsky cumple 97 años. Llevaba casi todo el año deseando que llegase esta fecha y poder celebrala con un merecido homenaje a quien sin duda es uno de los nombres más importantes en la historia de la lingüística, y el más influyente en el rumbo que ha tomado esta ciencia desde mediados del siglo XX.

Tengo recuerdos de escuchar el nombre de «Chomsky» desde mucho antes de empezar a indagar en los pormenores de la lingüística; incluso antes de tener siquiera una remota idea de quién había detrás de aquel singular apellido. Es uno de esos nombres que se invocan como referencia de sabiduría: leer a Chomsky es sinónimo de ser una persona cultivada y moderna.

No todo se debe a la lingüística. En realidad lo que más fama ha aportado a Chomksy, lo que en su momento hizo que su nombre saliese en las noticias culturales de todo el mundo fue su crítica política, sobre todo en contra del imperialismo norteamericano. Comenzó a ser conocido en la escena política por su activismo en contra de la Guerra de Vietnam en la década de 1960, que le supuso varios arrestos y formar parte de la lista negra de Nixon; y repitió las críticas contra muchas otras guerras imperialistas, como la de Iraq a comienzos del siglo XXI y la reciente guerra en Ucrania. Pero su famosa crítica política va mucho más allá de los conflictos bélicos: en sus numerosos best-sellers arremete contra la acción de los grandes gobiernos en múltiples esferas, especialmente la económica, la social y la mediática, con lúcidos y severos análisis para poner en guardia al mundo contra los abusos de los poderosos. Fue uno de los críticos más elocuentes del primer periodo de Trump en el gobierno los EE.UU., y tenemos que lamentar que un ictus le privase del habla en el verano de 2023, con todo lo que ha venido después.

Grafitti con la imagen de Chomsky en Dhaka (Bangladesh)
Grafitti en Dhaka (Bangladesh) de Chomsky con la cita (en sánscrito) de «cada año se gastan cientos de miles de millones de dólares para controlar la mente pública», por Wasiul Bahar. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0)

Ahora, si bien el alcance mundial de su renombre se ha de atribuir a las obras sobre lo político, que mueve muchas más pasiones que la lingüística, la clave de su éxito está en cualidades que trascienden la temática de sus críticas y análisis. Lo más característico de Chomsky es la lucidez de sus argumentos, y la contundencia con la que, mientras estuvo en activo, se enfrentaba a aquello que creía falso y perjudicial, en todos los campos. Es un hombre que sabía exponer ideas con claridad, y sentía por ellas una convicción que le inspiraba la confianza necesaria para defenderlas sin tapujos, sin importarle el prestigio o poder de sus oponentes. Estas dos cualidades son también una inspiración y motivación para otros, lo que explica la admiración que ha despertado entre muchos (incluido el que escribe), así como la animadversión de quienes eran blanco de sus críticas.

Una de las cualidades que encuentro más admirables de la obra de Chomsky, por otro lado, es su franca independencia de pensamiento. En una época de creciente polarización de las ideas, en la que la capacidad crítica de los intelectuales se ve secuestrada por el sentimiento de grupo, a Noam Chomsky nunca le importó labrarse enemigos en todos los cuarteles, porque no le debía fidelidad a ninguno. Su fin siempre ha sido el conocimiento auténtico y libre.

Podría parecer que al elogiar esas cualidades sigo hablando de política, pero me refiero a una actitud que impregna toda su obra y su legado, también en lo relacionado con la lingüística y otras áreas de saber. Chomsky es el prototipo no solo de hombre de ciencia, sino de militante por la ciencia. En muchas ocasiones batalló por defender la ciencia de las acusaciones que abundan sobre su abuso, los peligro de dogmatismo y otros males que se asocian a una sociedad cientifista. En esa faceta científica era poco dado a los romanticismos: uno de los puntos centrales de su teoría lingüística es la investigación de una Gramática Universal, que modeló como un gran sistema abstracto de relaciones sintácticas, desconectado de las formas familiares que observamos en los idiomas, con una formulación de muy «bajo nivel» que recuerda más a notación matemática o a código informático. Una teoría fría, en apariencia deshumanizada, en la que los aspectos artísticos y el libre albedrío solo ocupan un lugar marginal; muy propia de un científico moderno.

Sin embargo, una de las razones por las que Chomsky revolucionó la lingüística es porque apostó por principios que parecían propios de los filósofos de siglos pretéritos, más que de los científicos empiristas y relativistas asentados en el siglo XX. Al poco de comenzar su carrera creó un gran revuelo al criticar el libro Verbal Behavior de nadie menos que B. F. Skinner, el famoso psicólogo conductista conocido por sus experimentos con animales sobre el condicionamiento operante. Chomsky criticó duramente el intento de Skinner por explicar el lenguaje como un comportamiento aprendido a base de prueba y error, estímulos y recompensas, tachándolo de «un mero ejercicio metafórico», que ignoraba el papel de la creatividad lingüística, la capacidad de generar nuevas frases y expresiones que nunca antes se han escuchado. De este modo Chomsky instauró un nuevo estilo de racionalismo, aunque no en base al alma u otros conceptos místicos y religiosos como los racionalistas de doscientos años atraś, sino en la genética humana como causa innata de la capacidad de raciocinio y lingüística.

En el libro Inside Language, que explora la filosofía lingüística de J. R. R. Tolkien en el contexto del siglo XX, Ross Smith alude varias veces a Chomsky, con buenas razones, como la antítesis moderna de la visión romántica que tenía Tolkien sobre el lenguaje. Y aun así, cada vez que leo sobre las ideas verdes incoloras que duermen furiosamente de Chomsky, no puedo evitar acordarme del sol verde y la vida muerta con las que Tolkien concluía el famoso ensayo sobre su «vicio secreto» de inventar lenguas. Claro está que con esos ejemplos de frases sin sentido, los dos autores querían decir cosas completamente diferentes: Chomsky hablaba de la generación de la sintaxis de forma independiente a los significados, mientras que Tolkien aludía a la mágica capacidad del lenguaje (y concretamente de los adjetivos) para crear significados a partir de donde no los había. No son cosas del todo desconectadas, aunque ciertamente se trata de una conexión producida por mis propios sesgos.

Representación de la frase Colorless green ideas sleep furiously realizada por la red neuronal Craiyon. Fuente: Wikimedia Commons.

Pero es que esa ha sido precisamente la virtud de Chomsky: su disposición a abordar lo que lingüistas más cautos no se arriesgarían a tratar, capaces de generar conexiones con ideas inesperadas, aun a expensas de ser malinterpretado. Por eso no faltan quienes encuentran argumentos para utilizar su obra como apoyo a ideas que él jamás habría sostenido, como el creacionismo o —en un caso mucho más famoso, perteneciente a la esfera política— el negacionismo del holocausto nazi. Y también, por las mismas razones pero desde el otro punto de vista, también están quienes le han acusado de practicar y fomentar la pseudociencia.

Declarar abiertamente admiración a Noam Chomsky conlleva riesgos. Me temo que algunos amigos y conocidos, eminentes filólogos, tuerzan el gesto si leen tanto elogio por mi parte, o en el mejor de los casos lo juzguen con indulgencia por el carácter diletante de mi afición a la filología, ignorante de lo que realmente es o habría de ser. Pero estoy dispuesto a asumir la pena, pues lo que más aprecio de lo aprendido de él es, de hecho, a pensar de forma honesta e independiente, amando el conocimiento sin prejuicios.

Noam Chomsky en 1977, por Hans Peters / Anefo. Fuente: Nationaal Archief (CC-0).

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