Cualquier padre, toda madre se ha enfrentado a medias divertido, irritada y con genuino desconcierto al darse de cuenta de su ignorancia, a esas series recursivas de «¿y por qué» de sus hijos. Y es que los humanos tenemos una curiosidad innata por conocer cosas, y en particular por el motivo de que sean así y no de otro modo: sus causas, el porqué. Por cierto, que digo los humanos en general, no solo los niños; lo que suele cambiar más con el tiempo es nuestra conciencia sobre lo que saben los mayores y la tendencia a divertirnos con reacciones repetitivas. Aunque en fin, también es verdad que hay casos de auténtica estupidez y acomodamiento en la ignorancia, pero qué le vamos a hacer. Ya hablé de esto (sobre nuestra tendencia a preguntarnos la causa de las cosas, no sobre los mentecatos) cuando comentaba El libro del porqué de Judea Pearl hace unos meses: del papel que juega la imaginación en la visión del mundo; cómo la capacidad de imaginar mundos...
Sitio dedicado al lenguaje y la naturaleza humana, con un interés especial en las perspectivas de J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis, dos escritores a los que debemos la forma en que hoy se hace y se recibe la literatura imaginativa y la mitología, gracias a sus célebres relatos de la Tierra Media, Narnia y otros mundos fantásticos.