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Contradicción poética

A contradiction in terms

Dejé el artículo anterior hablando de la influencia de Owen Barfield sobre C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, y prometiendo analizar sus matices y diferencias. Pero antes de seguir con el tema, tengo que advertir que lo que ofrezco aquí no es realmente un análisis ponderado. Es más bien la expresión cruda de las observaciones que fui haciendo según leía cosas cuando investigaba este asunto, y su valor no está en las conclusiones que se pudieran extraer sobre el tema (si es que hay alguna que extraer), sino en el hecho general que manifiestan: que como ya dije entonces, no es correcto pensar en esas influencias de una forma simplista. Los Inklings, aunque compartiesen ideas (de no hacerlo no habrían tenido sus reuniones en primer lugar), estaban muy lejos de ser una «mente colmena»: tenían perspectivas muy diversas, a veces incluso opuestas, desde las que a veces llegaban a ciertos lugares comunes.

Pero volviendo al asunto principal: en aquel artículo comentaba que, guiándonos por las múltiples referencias que Lewis y Tolkien hicieron sobre Barfield en sus obras, lo que más interés parecía suscitarles era su teoría de la antigua unidad semántica, que desarrolló en su libro Poetic Diction. Cité entonces un simpático pasaje de Esa horrible fortaleza, de C. S. Lewis, para dar una idea imprecisa de esa teoría, que se podría resumir igual de toscamente en un par de principios.

Uno es que el lenguaje y la conciencia humana han evolucionado en paralelo desde un estado libre de abstracciones, tomando la palabra abstracción en su sentido literal de «separación». Es decir, desde un estado que unía muchos conceptos que para la mente moderna son distintos, incluso opuestos en muchos casos. El otro principio es el del efecto restaurador del lenguaje poético, a través de metáforas que producen una reconexión súbita e inesperada con aquella antigua unidad, según interpretaba Barfield.

Uno de mis ejemplos favoritos, como también comenté en el primer post de este sitio, es el extraido del libro de Lewis Studies in Words, sobre las palabras relacionadas con el verbo latino sentire, que originalmente expresaban una gran variedad de experiencias tanto físicas como intelectuales. Uno de los detalles que me encanta de esa «unidad semántica» es su valor recursivo, pues las cosas adquieren un sentido más amplio y más gozoso al observar que el propio concepto de sentido contiene en sí todos esos sentidos: racionales, emocionales y físicos.

árbol semántico de sense 
Ramificaciones semánticas del latín sentire y palabras relacionadas, según el análisis de C. S. Lewis.

La «Gran Guerra» de C. S. Lewis contra la antroprosofía

Es fácil dejarse llevar por observaciones como esta, conectarlas con la estrecha amistad y admiración mutua que se profesaban Lewis y Barfield, y como resultado pensar que, por ejemplo, cuando el primero hablaba de las «ramificaciones semánticas» de sentire y otras palabras de Studies in Words, tenía en mente el mismo proceso de fragmentación del lenguaje y la conciencia que su amigo describía en Poetic Diction.

Sin embargo, una de las cosas más llamativas de la amistad entre Lewis y Barfield era, no solo que fuese tan estrecha, sino que incluso existiese, dada la animadversión de Lewis hacia la filosofía antroposófica profesada con fervor por su amigo, y que es la base de las teorías que expuso en Poetic Diction. Es conocido que en la década de 1920, precisamente en torno a la época en la que Barfield publicó su libro, ambos mantuvieron un intenso debate que Lewis bautizó sarcásticamente como la «Gran Guerra». Y el propio libro de Poetic Diction lleva una dedicatoria dirigida a Lewis, con un significativo mensaje: «la oposición es amistad verdadera».

No se puede decir, además, que esa oposición fuese algo exclusivo de aquellos primeros años. El propio Barfield nos advirtió muchos años después de que la influencia de su filosofía sobre el pensamiento de C. S. Lewis tiende a exagerarse. En el número de 1976 de The Golden Blade, una revista de la Sociedad Antroposófica Británica, escribió:

A cualquier antroposofista, o a todo aquél que sienta alguna inclinación por lo que podría llamar —a la ligera y solo para el presente propósito— «esa forma de pensar», le daría el siguiente consejo. Si te interesa conectar de forma productiva con el pensamiento de C. S. Lewis, invierte el orden natural. No empieces por las semejanzas que encuentres ahí con tu propia forma de pensar, y te preocupes después de las diferencias. Comienza asumiendo una divergencia absoluta, y aprecia, disfruta y benefíciate después de las semejanzas inesperadas.

Postscript a «C. S. Lewis: Science-fiction and Theology», The Golden Blade, 1976.

Observaciones como esa invitan a andarse con cuidado a la hora de relacionar lo que escribía Barfield con lo que pensaba Lewis. Hay coincidencias, sí, pero no conviene llevarlas demasiado lejos. Al fin y al cabo, no es necesario asumir los principios antroposóficos que inspiraron las ideas de Barfield, para creer en cierta unidad semántica original y en su posterior fragmentación (o «ramificación», como la llamaba Lewis).

Desde esa perspectiva, el ser humano no habría cambiado en su esencia racional desde que existe y habla como tal; en todos los tiempos y lugares habría sido capaz de sentir, pensar y aprender lo mismo. Pero el lenguaje, que es la herramienta que usa el intelecto, sí habría ido haciéndose más preciso y sofisticado, lo que nos ha permitido llegar a nuevas cotas de conocimiento, a costa de soterrar —que no anular— una sabiduría que por más antigua no era menos virtuosa, y que Lewis consideraba en gran medida más sana para el espíritu.

No es algo muy distinto a pensar que cuando vemos el movimiento de los astros en el cielo, nuestra experiencia es exactamente la misma que la de nuestros antepasados hace miles de años, y que el conocimiento más sofisticado que tenemos hoy no se debe a que nuestro intelecto haya cambiado respecto al de aquellos antiguos astrónomos. Solo nos diferencia que hemos recibido la enseñanza de una larga tradición, construida con herramientas cada vez mas precisas para observar, medir y modelar el universo, aunque en los lugares donde el progreso está más presente ya casi no podemos ver las estrellas nocturnas, y muchos ilustrados doctores de hoy en día no tendríamos ni idea de cómo orientarnos con solo la guía de una noche estrellada.

La Osa Mayor sobre dunas en el Cleveland Peak
La Osa Mayor sobre el Cleveland Peak. Fuente: Wikimedia Commons (CC-0).

Las (matizables) influecias sobre Tolkien

Con más razón cabría preguntarse cuánto de la filosofía de Barfield penetró en Tolkien, que en general era más impermeable que Lewis a la influencia de sus amigos. De nuevo el mismo Barfield minimizó su influencia sobre Tolkien en distintas entrevistas y comentarios, señalando que al vivir en Londres su contacto era muy ocasional, y que fue el libro Poetic Diction el que realmente jugó un papel importante en las ideas de Tolkien, más que su relación personal —al contrario que en el caso de Lewis—.

Como ya comenté en el artículo anterior, conocemos lo mucho que Poetic Diction impresionó al autor de El Señor de los Anillos a través de una carta de C. S. Lewis, según la cual Tolkien afirmaba haber «cambiado su perspectiva por completo» al leer los argumentos de Barfield sobre la antigua unidad semántica. Pero esto plantea varios enigmas. ¿Cuál era esa perspectiva que tenía Tolkien sobre el lenguaje antes de leer Poetic Diction que cambió tan radicalmente? ¿Qué cosas decía antes que ya no pudo volver a decir? Lo cierto es que los textos de Tolkien antes y después de la publicación de Poetic Diction (en 1928) no parecen revelar ningún cambio de mentalidad radical, o al menos yo no he sido capaz de encontrar ningún cambio que pueda relacionarse con lo que Barfield contaba en su libro.

Si tuviera que apostar por algo de la filosofía lingüística de Tolkien que pudiera haberse visto afectado por las teorías de Barfield, me decantaría por la idea de cómo se desarrolló la gramática del lenguaje. Los textos de Tolkien sobre sus lenguas inventadas reflejan un vocabulario construido a partir de «raíces» monosilábicas, como las que popularizaron los sanscritistas y los investigadores de las lenguas indoeuropeas en el siglo XIX. Para Barfield, en cambio, esas raíces no eran más que un «producto de abstracción intelectual»; su idea del origen del lenguaje era más afín a la de Otto Jespersen, que teorizaba sobre un lenguaje que comenzó con interjecciones y cantos inarticulados, cuya estructura gramatical se fue desarrollando a posteriori a través de la repetición y el análisis.

Sin embargo, si Tolkien cambió su perspectiva sobre la naturaleza de esas raíces léxicas, lo que desde luego no hizo fue dejar de utilizarla en sus lenguas inventadas del mismo modo que había estado haciendo antes de leer el libro de Barfield. En todos los textos que escribió sobre las lenguas élficas a lo largo de los años, su historia siguió basándose en el mismo modelo de raíces con el que las modeló en sus comienzos.

Por lo demás, en los textos que nos han llegado de Tolkien hay pocas menciones explícitas a Barfield. En el artículo anterior comenté dos, además de lo que Lewis comentó en su carta.

En orden cronológico, la primera mención se encuentra en el borrador de su ensayo sobre el simbolismo fonético, escrito en torno a 1931, que conocemos gracias a la edición que hicieron Dimitra Fimi y Andrew Higgins en A Secret Vice: Tolkien on Invented Languages. En una fugaz nota entre paréntesis, Tolkien aludía al autor de Poetic Diction relacionando la cualidad poética de las palabras con la conexión que aún se siente en ellas entre la forma y el contenido (es decir entre el sonido y el significado, que es en lo que consiste el simbolismo fonético).

Portada de A Secret Vice

La clave que relaciona esa nota con la filosofía de Barfield es la palabra aún («a link still felt between form and content»). En otro punto del mismo ensayo Tolkien declaraba su creencia en que esta relación entre sonidos y significados era más fuerte antiguamente, y aquí la relacionaba con la teoría de la antigua unidad de Barfield.

Pero esto nos deja otro enigma, ya que la unión de la que hablaba Barfield en Poetic Diction era entre conjuntos de significados, y no entre sonidos y significados —tema del que, de hecho, evitó expresamente hablar en su libro—. ¿Pero entonces qué quería decir Tolkien al citar a Barfield? ¿Que desde su punto de vista el simbolismo fonético también formaba parte de la antigua unidad planteada por Barfield, aunque hubiera dejado el tema de lado en su libro? ¿O más bien que la teoría de Barfield era solo una inspiración y un modelo para sus propias ideas, más centradas en los sonidos?

Probablemente había algo de las dos cosas. Aunque Barfield y Tolkien no hubiesen entablado una estrecha relación personal, y sus encuentros fuesen esporádicos, es posible que en alguna de esas ocasiones llegaran a intercambiar opiniones sobre este tema, y que por lo tanto Tolkien conociese las ideas de Barfield un poco más allá de lo que contaba en su libro. Y lo cierto es que las cualidades simbólicas de los sonidos jugaban un papel importante en algunos aspectos de la filosofía antroposófica de Rudolf Steiner, del que Barfield era fiel seguidor. De hecho, tal como destacan Fimi y Higgins en sus notas editoriales al ensayo de Tolkien, en libros posteriores a Poetic Diction (y también después de que Tolkien abandonase su ensayo) Barfield habló abiertamente sobre el simbolismo fonético reproduciendo las ideas de su maestro.

Por otro lado, las teorías de Steiner estaban cargadas de un grado de esoterismo que a buen seguro superaban de largo lo que Tolkien estaba dispuesto a aceptar, así que es poco probable que la referencia a Barfield en su ensayo indicase mucho más que una relación superficial entre las ideas de uno y otro sobre el simbolismo fonético.

La otra mención es probablemente la más conocida, ya que Verlyn Flieger la comentó en su libro Splintered Light, la principal obra de referencia sobre el papel de Barfield en la obra de Tolkien, y Douglas A. Anderson también se hizo eco de ella en El hobbit anotado. Se trata, recordemos, de un comentario a un pasaje del cuento de Bilbo, en el que Tolkien decía que no existen palabras para expresar el grado de asombro del hobbit ante el tesoro de Smaug, «desde que los hombres cambiaron el lenguaje que aprendieron de los elfos, en los días en que el mundo entero era maravilloso».

Portada de El hobbit anotado
Portada de El hobbit anotado, con la ilustración de Tolkien del tesoro de que produjo en Bilbo aquel inefable «asombro abrumador», al que se refirió hablando de la filosofía de Barfield.

Tolkien describió aquello como una «extraña manera mitológica de referirse a la filosofía lingüística» aludiendo a Barfield, y añadió, con su característica modestia pero creo que también con mucha razón, que seguramente sería pasada por alto incluso entre quienes hubieran leído la obra de aquel. De hecho me pregunto si realmente ese pasaje habría llamado la atención de forma significativa si él mismo no lo hubiese destacado en la carta dirigida a su editor.

Pero sea como fuere, al menos la relación con la filosofía de Barfield en este caso parece clara: el idioma que los hombres aprendieron de los elfos representaría aquella forma de lenguaje original en la que creía Barfield, esencialmente poético y libre de abstracciones, igual que los elfos representan en la mitología un ideal de ciertos aspectos de lo humano, como decía el propio Tolkien.

De hecho hasta podría decirse que la naturaleza de los elfos de Tolkien tiene algo que ver con ese ideal antroposófico de unión entre lo espiritual y lo material. Como un buen amigo me hizo observar recientemente, en los elfos ese vínculo es tan estrecho que hasta afecta a la propia existencia de sus espíritus, que —al contrario que los de los humanos— están confinados al mundo físico, de modo que no mueren de forma natural mientras el mundo exista, pero envejecen con él, y cuando acabe su historia los elfos desaparecerán tanto en cuerpo como en alma. El alma de hombres mortales, en cambio, no está sujeta a «los círculos del mundo»; al cabo de su corta vida terrenal, continúa su existencia independiente y así pervivirá por toda la eternidad.

Desde ese punto de vista, la separación entre lo físico y lo espiritual que la antroposofía relata como un fenómeno progresivo en la historia de la humanidad, en la mitología de Tolkien se ve como una diferencia esencial entre lo que es la humanidad y lo que podría ser (o haber sido). No hay un pasado accesible para nosotros en el que eso fuera de otra manera, ni nos cabe esperar un futuro distinto.

En lo estrictamente lingüístico y poético el planteamiento de Tolkien también presenta una diferencia, sutil pero importante, con el de Barfield. Para este último la experiencia poética era una ruptura, incluso una reversión de la fragmentación semántica, la separación de significados que ha ido experimentando nuestro lenguaje a lo largo de la historia. Para Tolkien, por otro lado, la poesía también estaba relacionada con esa idea de la fragmentación semántica, pero no como una reversión, sino como una consecuencia de la misma. En sus propias palabras:

La mente humana, dotada de los poderes de generalización y abstracción, no solo ve hierba-verde, diferenciándola de otras cosas (y encontrándola agradable a la vista), sino que ve que es verde además de hierba. Pero qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo dijo fue la invención del adjetivo (…) La mente que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil, veloz, también concibió la magia que convertiría las cosas pesadas en ligeras y capaces de volar, transformaría el plomo gris en oro amarillo, y la roca inmóvil en una veloz corriente de agua. Si podía hacer una cosa, podía hacer la otra; e inevitablemente hizo ambas.

J. R. R. Tolkien. Sobre los cuentos de hadas

Es por eso que, en definitiva, el consejo que el propio Barfield dio sobre Lewis parece igualmente apropiado para Tolkien. Lo mejor que podemos hacer es comenzar asumiendo ideas contrapuestas, y dejarnos sorprender por las inesperadas coincidencias, que nos ofrecen una perspectiva más enriquecedora e interesante de las ideas de los tres autores.


[La imagen de cabecera, «A contradiction in terms» es una fotografía de Jonathan Billinger. (CC-BY-SA 2.0)]

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